Redoble de tambor con entrada de corneta: es la “retrera” de San Antón
Si hace poco os comentaba que ya olía a humo, ahora os puedo asegurar que llevo oliendo a pólvora unos días. Sí señor, ese santo tan “guerrero” ha vuelto un año más: San Antón Abad, patrón de los animales…y las carretillas.
No hace tantos años (¿o sí?) que nos dedicábamos los niños a recabar arsenal artificiero con algún tiempo de antelación a esta fiesta. Ahorrábamos para ese momento, la hucha con forma de cerdo
acababa siendo “fosfatina” tras nuestro martillazo. Esas pesetillas ahorradas durante los últimos meses iban a tener un buen destino: petardos, cuantos más mejor.
No era fácil decidir en qué nos gastaríamos nuestro presupuesto. Había varios tipos de materiales pirotécnicos que debíamos valorar individualmente para sacarle el mejor provecho (y disfrute personal). Recuerdo tirar unos cohetes pequeños que se lanzaban con las manos (con algo de cuidado) y al explotar hacían el mismo sonido que una pompa de chicle en la boca: “na da na”. También se podían poner en las tejas de los tejados y dirigir su trayectoria.
Igual que las “mariposas” esas, sólo cambiaban de color (no era suficiente para unos niños tan aventureros como nosotros). Pero tampoco eran muy queridos; digamos que servían para abrir boca de lo que vendría más adelante.
También recuerdo que estaban los petardillos de color azul, rojo, verde y rosa con unas estrellitas pintadas (nivel 4 de peligrosidad). Venían en paquetes de 20, creo, y sólo costaban 50 pesetas (¡era más grande la moneda que el material comprado!). Lo cierto es que no eran muy potentes (no se conoce a nadie que haya perdido algún dedo de la mano), pero sí de los que más comprábamos porque, al ser más baratos, podíamos programar más “proyectos explosivos”. Los encendías en la mano, ponías el pie encima…podías correr el riesgo si la situación lo requería.
Porque luego estaban los llamados petardos “carpinteros”. Estos suponían un nivel 3 de peligrosidad, y por tanto, proporcionalmente más caros y potentes. Creo que costaban unos 5 duros cada uno, es decir, ya 10 veces más de lo que costaban los “estrellitas”. Se llamaban así porque tenían un pájaro carpintero pintado, que digo yo, puestos a dibujar, podrían haberle puesto un pez martillo…por lo del estruendo. Igualmente, un carpintero también te taladra la cabeza bastante. En fin, con éstos ya tomabas más precauciones: encendías la mecha y salías corriendo, no te acercabas si se apagaba justo antes de explotar, no los tirabas con las manos (bueno, al final cuando cogías confianza, sí); en definitiva, te lo pensabas antes de actuar.
A un nivel superior, nivel 2 de peligrosidad, se situaban los temidos “barrenos”. Unos curiosos y "dulces" petardos con forma de caramelo (a quién se le ocurriría plegarlos así) que sí, explotaban, hacían “pupa” y te dejaban medio sordomudo si no tomabas precauciones. De precio ni hablamos, eran casi prohibitivos para algunos niños: entre 200 y 250 pesetas cada uno. Eso sí…os aseguro que valía la pena. Eras el p*** amo con una artillería como ésta, todos los niños te seguían, querían saber dónde gastarías esa perla de pólvora, a quién asustarías, si no habría daños colaterales…el morbo in situ por ser testigo. Y el 95% de las ocasiones merecía la pena verlo. Riesgos, los mínimos, pero alguna vez era necesario e ineludible correrlos.
Finalmente, tenemos las “carretillas” o perros falderos: nivel 1 de peligrosidad. Esos tubos que parecen cartuchos de una escopeta de caza, marrones, con un “culo” que acojonaba. La mecha era como el meñique de gruesa…y de corta. Se tiraban con la mano hacia arriba, abajo, atrás o delante, no importaba a dónde, sino a quién. Tirar una carretilla significaba que querías darle un buen susto a alguien (y con razón): se la dedicabas. Era encenderla y, en segundos, se lanzaba para que corriera libremente, persiguiendo a su paso las piernas de los allí presentes. Lo peor era cuando querías escapar de ese OVMI (Objeto Volador Más que Identificado) con chispas: ni detectores de calor humano ni infrarrojos, “ESO” te perseguía, olía tu miedo y se te enredaba por las piernas como anaconda salvaje. Y ese sonido maldito…shhhhssshh…SSHHhh, SSSSSHHHHHH…P-U-M-M! Porque al final…explotaba, pero explotaba de lo lindo, y no era gracioso si te tocaba. Ahora ya no explotan o lo hacen muy poco…por ley, porque si por costumbres fuera, ¡acabábamos a cañonazos de cachondeo!
El precio de este material rondaba entre 400 y 600 pesetas la unidad, dependiendo de la calidad de “su contenido”.
Luego había que tener arte para esquivar los latigazos de ese “ente”, que no era nada comparado con la habilidad necesaria para evitar su impacto explosivo atronador cerca de tu endeble cuerpezucho, y rezando para que no subiera más arriba de la cintura. Porque eso subía las paredes de las casas mejor que Spiderman, se aferraba a las ventanas y balcones como Batman, y volaba, ¡vaya que si volaba!, mejor que Superman. De hecho siempre hay heridos de quemaduras, restregones y, por qué no, ataques de ansiedad gracias a esta pirotecnia. Algunos incluso se arriesgaban a sacarle el máximo provecho si no explotaban y las partían en dos para sacarle la pólvora y… ¡voilá!, quemarla. Qué tontería, ¿verdad? Pues doy fe de lo que esa quemadura puede hacer en una mano…no probéis esto en casa; alguno que otro ha salido lo suficientemente escaldado como para repetir el experimento.
Pues bien, entre nivel 5 y nivel 1 de material vario pirotécnico podías llegar a cargar con: 3 ristras de 20 de “estrellitas” (que no faltaran), un par de ristras de 10 de los carpinteros (lo mejor escogidos), algún que otro cohete inofensivo (para cuando te aburrías), uno o dos barrenos (según el ciclo de crisis en el que anduviéramos inmersos) y… ¡carretillas para el que las tirara!
La realidad es que la gente se preguntaba, ¿cómo unos niños consiguen este tipo de material tan peligroso sin pasar por un mínimo de edad o control? Pues el que no lo sepa, se quedará sin
saberlo, pero lo cierto es que el “mercado negro” de la pirotecnia existía; desconozco su situación actual.
No quería acabar este relato sin hacer mención expresa de los proyectos pirotécnicos que se llevaban a cabo, siempre intentando hacer el “mejor uso” del capital económico invertido. Varias eran las alternativas e ideas que iban surgiendo cuando jugabas en la calle, con un ojo puesto en el petardo y otro en la espalda, pendiente de que no te echaran una carretilla “a mala follá”.
Canaletas, botellas (plástico y vidrio), papeleras, árboles, bolsas de plástico, tejas, piedras, tierra, puertas, ventanas, chimeneas (¡cómo retumbaba un carpintero por ahí, nene!), muñecos, palos, macetas (pobrecitas)…TODO lo que se cruzaba en tu camino era objetivo potencial (y efectivo) de una unidad acústica de pólvora. Parecíamos los pistoleros del desierto del altiplano, los hermanos Dalton, los Clint Eastwood del Oeste, los John Wayne del futuro… De cuáles eran los resultados de cada explosión es tema para otra historia que merece la pena contar, pero no será en esta ocasión.
Como siempre digo..¡hasta el año que viene!
Fuente de las imágenes:
fotosmanoloruano.blogspot.com
hipercohete.com
ventapetardos.com
lavozdeasturias.com
newslacostera.com
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